Comentario
Se ha dicho, con razón, que casi todos los movimientos espirituales de cierta envergadura de la Plena Edad Medía terminaron plasmándose, bien en una orden religiosa, bien en una herejía (Grudmann). En realidad esto es así, porque los puntos de vista tanto ortodoxo como heterodoxo partían siempre de idéntico presupuesto: el ansia de retorno al mundo ideal de la primitiva Iglesia. El acuciante deseo de reforma a todos los niveles observable en amplias capas de la población, y más en concreto el elevado dinamizador que representa entre las élites el modelo de vida y pobreza evangélicas, explican sin duda el extraordinario auge religioso vivido por Occidente durante los siglos XI al XIII. Mas estas mismas condiciones favorables lo eran también para el desarrollo de la herejía, que alcanzó durante esta época, y por vez primera desde la Antigüedad tardía, dimensiones tales que llegaron a poner en tela de juicio la viabilidad misma de la renovación católica.